Salí temprano
de casa. Colectivo hasta la Estación Moreno, Tren hasta la estación Once,
colectivo hasta la casa de Erika, mi hija.
Salimos a
caminar por la Avenida Corrientes, hablamos de muchas cosas.
Ingresamos al
bar que vamos las veces de nuestros encuentros, nos atendió el mozo de siempre,
y pedimos el ritual del café con leche y tostados. Más charla, más emociones de
mi parte.
Erika transita
por sus 17 años.
Me contó la
idea que tiene acerca de escribir cuentos con una temática policial, y me
preguntó si quería escuchar lo que está escribiendo. O sea, que la intención,
es una praxis.
Estuvimos más
de dos horas allí sentados y todo ese tiempo, ella hablándome de sus cuentos,
narrándome tramas, ideas, búsquedas. Me dijo que se está informando, que quiere
hablar con algún abogado pues necesita datos de cómo se practican los
allanamientos, pues en uno de esos cuentos, hay una muerte y la sospecha sobre
un posible asesino o instigador; me dejó con el suspenso del final.
Reitero lo de
mis emociones, escucharla es placentero, agradable y siento cómo crece, cómo
profundiza para su existencia.
Luego, volvimos
a caminar, momento en que comenzó a caer una tenue llovizna. Anduvimos por la peatonal
Lavalle mientras hablábamos (ella me hablaba) de su sentimiento por Buenos
Aires, que se da cuenta que ama esta ciudad, que se apena por las
transformaciones que está haciendo el gobierno de la ciudad, que para ella, son
destrucciones. Y le duele pues no podrá ver nunca más, lo que han modificado.
En un momento
de la caminata, escuchamos el sonido de un bandoneón, un hombre que sentado
sobre una silla, con un atril frente a él, ejecutaba ese instrumento del que
brotaba un tango. Erika me pidió detenernos para escuchar.
La llovizna se
acentuaba, los transeúntes no se detenían a escuchar la música. Erika puso
dinero en una gorra que el músico tenía para ese fin.
Cómo estábamos
ella y yo, el hombre dejó de tocar y nos convocó a que escucháramos algo que
quería decirnos. Nos contó de donde venía el bandoneón, que era un instrumento
alemán, y mientras hablaba, sacaba sonidos explicándonos lo que significada
cada uno. En un momento le mencioné a Alejandro Barletta y él se emocionó; nos
dijo que había sido su maestro. Comenzó a interpretar obras de Bach, y nos dijo
que Barletta era el mayor ejecutante de las obras de ese genio de la música en
un bandoneón.
Estuvimos casi
una hora escuchando esas maravillas.
Erika hizo
comentarios preguntándose cuál era la injusticia para que un hombre como ese,
tuviera que salir a tocar el bandoneón, bajo la lluvia, protegido apenas por
una marquesina, para que las personas que pasaban por allí, le dejaran unas
monedas.
La acompañé
hasta su casa y volví a Moreno.
Mientras esto
escribo, la emoción se acentúa.
© Helios Buira
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