Los que cuidan.
Son varios.
Accionan de guardianes.
La Negra, Pichi, Chusco, El
manchita, Blanca, La Pepona, Huesito, Piyuga Tatín, Kamala y otros más.
Los veo a través de la ventana,
como todo lo que veo que sucede afuera, en la calle, mientras sentado ante la
PC, tecleo letras que forman palabras que componen párrafos, con el deseo de
que digan algo completo una vez unidas las oraciones.
Van, vienen, se huelen, se
miran, se reconocen.
Cada vez que algo o alguien
extraño ingresa en la zona que ellos vigilan, llega el aviso y todos, de
inmediato, se posicionan en función de alerta. Uno de ellos es el que da la voz
de listo. Entonces, todos a moverse, a ponerse inquietos, en un ir y venir como
alterado.
Basta que uno lance el primer
ladrido. Y el dicho: “Ladra uno y ladran todos” Batahola infernal, no paran, en
una mezcla coral impresionante, con graves, agudos, continuidad; ladran,
ladran, vuelven a ladrar sin detenimiento. Luego van cesando, de a uno, poco a
poco, hasta que queda el último, que casi siempre es el más chico, el más
inquieto, el del ladrido finito.
Esto puede darse a distintas
horas del día. Y de la noche... cuando un gato, intenta atravesar la zona
prohibida y luego de la corrida correspondiente, seguramente con el terror a
cuestas, consigue dar un salto y trepar al primer árbol que se le pone en el
camino zigzagueante de su despavorido escape. Y ese es el motivo del sideral
escándalo de ladridos: el gato en el árbol y la jauría debajo, ladrando,
ladrando, ladrando, ladrando sin fin, mientras los humanos damos saltos en las
camas, interrogándonos aun dentro del sueño, qué es lo que está pasando afuera.
Pero también puedo observar,
desde este “mirador” a La Negra, una perra de tamaño grande, que en épocas de
celo, ha sido inseminada por casi todos
los perros del barrio y en alguna oportunidad, casi al mismo tiempo, uno tras
otro. Pero... ¡Nunca ha quedado fertilizada! No sabemos, los vecinos, el por
qué.
Entonces, La Negra, cuando otras
perras tienen sus crías se acerca, y termina jugando con ellos, protegiéndolos,
cuidándolos, como si fuesen su propia lechigada. Paciente como pocas veces he
visto. Soporta todas las molestias que esos cachorros le propinan, echada,
mirándolos con una ternura que es belleza.
Cuando una perra está en celo, la
jauría de machos se inquieta, comienzan las escaramuzas, ladridos, gruñidos,
mordiscones y hasta peleas en las cuales el más débil o pequeño, termina con un
hueco en su pelambre y a esperar que cicatrice.
Cuando la perra es pequeña y la
toman machos grandes, pobre perra. Cuando la perra es grande, pobres los machos
pequeños, que andan a los saltos, detrás de la hembra, sin poder concretar el
apareamiento. Saltan, saltan y a veces, hasta se me hace que la perra sonríe
por lo bajo.
Son muchos, de todos los pelajes,
de todos los tamaños y cada vez, se incrementa la perrería luego de las
pariciones.
Pero tienen sus dueños, sus casas
y cada uno, a ella se dirige cuando la necesidad de alimento o de agua.
Andan por la calle, descansan
echados en la tierra, atentos, alertas.
Ellos son los que cuidan la
cuadra.
Y yo los nombro.
© Helios Buira
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