Capítulo 1
Ella era una. Pero no una, sino
la Una. La Única y verdadera.
Compartíamos el taller.
Supe que estaba buscando un lugar
para alquilar, entonces le ofrecí un espacio en el que yo arrendaba. Había
lugar, eran dos ambientes grandes, bien grandes, un baño, la cocina y una pieza
pequeña, que era donde yo dormía. Podíamos trabajar ambos sin molestarnos, ya
que los ambientes estaban dispuestos en forma de L, eran un ángulo perfecto
para que pudiésemos conservar algo parecido a una intimidad, sin vernos
mientras cada uno hacía lo suyo, pero, seguramente, sabiéndonos en el territorio.
Mi ofrecimiento, a la vez, tenía que ver con que el pago del alquiler me estaba
costando; hacía tiempo que no tenía entradas de dinero y lo guardado, se estaba
yendo rápidamente.
Me había dicho que lo pensaría,
pero, primero quería ver cómo era, qué comodidades tendría ella para poder
trabajar; eso era lo que en verdad buscaba.
Le di la dirección, que anotó en
un papel y pensé “seguramente lo pierde y yo pierdo el contacto con ella”
Me la había presentado un amigo,
mientras estábamos en un bar; ella lo vio –estaba en otra mesa- vino a
saludarlo y se quedó en la nuestra. Mi pensamiento fue premonitorio, porque luego
de ese encuentro mi amigo viajó a Europa y por ello, si ella perdía la
dirección de mi taller, ya no habría otra posibilidad de verla. En esa charla
del bar, fue que mencionó la búsqueda de un taller.
Pasaron quince días y una tarde,
golpeó a la puerta. Al abrir y verla ahí, parada, sentí alegría. “Traje
bizcochitos” dijo y agregó “para el mate”. Entró. Por el gesto, por sus ojos,
por la sonrisa, supe que el lugar le agradaba.
Días antes, pensando en que
podría alquilar el espacio, me esmeré en ordenar, limpiar y mantener todo como
para que a su llegada, no viera el caos, el desorden que siempre me acompañó en
todos los talleres por los que pasé.
Dijo “Qué hermoso lugar”, en voz
baja, casi susurrando, para ella, para su propio adentro.
-Recorré, mirá todo –dije-,
mientras preparo el mate.
Al verla allí, observando
detenidamente mis esculturas, dibujos y seguramente mi manera de estar, la
intimidad de mi taller, sentí un cosquilleo, un temblorcito en el cuerpo.
Mientras ella giraba la cabeza hacia un lado, hacia otro, mis ojos se llenaban
de su belleza. En el bar, fue todo muy rápido como para saberla de la manera en
que se daba mientras ella caminaba, se detenía, volvía a caminar, a girar,
tratando de abarcar todo el lugar,
seguramente, para decidirse o no, a alquilar la otra parte que yo había
dejado vacía, como para que se diese cuenta de la cantidad de espacio que podría utilizar.
Entró a la cocina, donde yo había
puesto la pava sobre el fuego y preparaba el mate. “Cuánto me cobrarías por el
alquiler” dijo. Le respondí que si estaba de acuerdo, la mitad de lo que yo
pagaba y compartiríamos los gastos de luz y esas cosas. El taller sería de
ambos. Abrió los ojos, sonrió y dijo “¿tan así? ¿Tan simple?” “Sí”, dije. “Es
lo que corresponde” “Me encanta, quiero venirme ya”, dijo. “Bueno, cuando
quieras” respondí.
Nos sentamos a la mesa, abrió el
paquete de bizcochitos, mate de por medio y comenzamos una conversación de
conocimiento mutuo, de acercamiento, ya que pronto tendríamos que compartir los
espacios.
Casi al unísono, comenzamos a reírnos
y ella dijo: “¡No nos dijimos nuestros nombres!”
“¿Y en el bar?” dije “No recuerdo” respondió
Era así. Recién ahí nos
presentamos.
-Soy Mariana.
-Soy Helios. Bienllegada a este
lugar.
-Gracias –dijo- siento que este taller
me estaba esperando.
-Una parte es tuya –agregué.
Así estuvimos hablando hasta bien
entrada la noche. Se despidió diciendo que la próxima semana traería sus cosas
y se instalaría. Usaría el lugar sólo para trabajar, pues vivía con su pareja
Tendí mi mano para saludarla y
ella me dijo: -vamos a ser amigos. Y me dio un beso en la mejilla.
© Helios Buira
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