Argentina está de duelo.
Las lluvias en Capital Federal y
en La Plata, provocaron muertes. Muchas muertes.
Inmenso dolor.
Y las pérdidas de casas, autos,
muebles, y tanto que se puede mencionar, arrastrado por el agua. La pérdida de
los recuerdos tangibles.
Luego, las autoridades tratando
de explicar lo inexplicable, escamoteando verdades y la hipocresía.
Hace algunos años, cuando la
Tragedia de Cromañón, escribí un texto tratando de comprender ese otro horror,
con el título de Siempre es Después.
Aquí va.
Siempre es después
Pasaron algunos años.
Fue exactamente, un 30 de diciembre.
Aquella noche guitarras, bajos,
batería, pulsaban en la contundencia sonora que necesitan las bandas de Rock
para expresar su decir. Los participantes-oyentes en festejo frenético, como es
hábito en este tipo de encuentros, coreaban las canciones, saltaban, gritaban
dentro de la alegría que se genera en esa química tan única entre las bandas
musicales y los jóvenes.
Eran miles.
Quiero imaginar esos momentos,
cierro los ojos y tal vez, pueda tener un acercamiento a través de las imágenes
que pueden verse en noticieros o en las transmisiones dedicadas a esa
disciplina artística que desde hace ya tantos años moviliza a millones de
personas en aras de escuchar a sus preferidos, a quienes les dejan el mensaje
del mundo en el cual vivimos. Casi siempre, la mayor de las veces, un mensaje
rebelde, un mensaje de no-aceptación de los fundamentos de un sistema perverso
y decadente que, por obra de la Gran Mediocridad, domina en el planeta.
Y el griterío, la algarabía, el
frenesí mezclado con los acordes sonoros que la banda emite desde el escenario
a través de potentes equipos de audio y en una cantidad de decibeles difíciles
de soportar por quien no está habituado a esos acontecimientos, a esos
encuentros. Celebración. Esta es la palabra con que me viene identificar esos
rituales tan intensos y se me hace, tan ancestrales, más allá de las
diferencias formales.
Aquellas reuniones tribales, en
las que algún iniciado ofrecía a través de cantos la oración que se expandiera
por la Naturaleza Toda y así, recibir los beneficios que ella ofrece a los
seres vivos. Y ese canto, esa invocación, era coreada por el grupo para que
tuviese más fuerza, mayor intensidad y así propagarse por el Universo.
Qué son, si no, esos gritos de
los jóvenes, clamando por un mundo mejor, por un mundo más justo y prueba de
ello es cuando se dan las mega-reuniones en las cuales se presentan varios
grupos, ante miles y miles de oyentes-espectadores. Por la paz, contra el
hambre. Siempre, solidarios
Y aquella noche, no era
diferente.
Estaban ahí, en circunstancia,
los mismos que podrían haber estado años antes, o en el momento en el que un
grupo comenzara con sus acordes sonoros, para que el Encuentro se diera de
inmediato.
Miles. Muchos miles. Tal vez, más
de lo posible.
En un espacio cerrado, al cual
ingresaban a través de una puerta que era controlada por quienes trabajan de
receptores del ticket que garantiza que se abonó la entrada para poder
disfrutar de lo allí programado.
Adentro a la sazón, las
pancartas, las banderas, “los trapos” que identifican a los grupos, a las
bandas, a las tribus que conforman ese acontecer en aparente delirio para una
noche memorable, una noche que se guardará luego para siempre, como recuerdo de
alegrías, de un estar en el lugar que les corresponde ante sus necesidades de
gritar y de clamar por aquello que aún no tienen. Claro, se les dice
adolescentes.
Y se agitan los trapos, las
pancartas, los carteles identificatorios de barrios, de zonas, de identidades.
Se agitaban los cuerpos, en el salto ritual de la Ceremonia. Y se encendieron
las bengalas del festejo. Las bengalas.
Entonces el horror.
Inesperado. Imposible.
Impensable. Jamás considerado entre los jóvenes.
Esas bengalas dieron en una
mediasombra, (tela usada a modo de decoración) adherida a su vez, a planchas de
poliuretano, de alto poder inflamable y esto fue el inicio de una de las
tragedias que más golpearon a la sociedad, por las características y por todo
lo que de ningún modo se hizo para que esto no hubiese ocurrido.
Esa noche, se duplicó la
capacidad posible de ingresantes. A la vez, para que no pudiesen ingresar sin
abonar la entrada, se le puso candado a una puerta lateral que hubiese servido
como vía de escape.
Imagine el lector, a miles de
jóvenes intentando escapar de un incendio declarado, a la vez que sin luz, dado
que el lugar quedó a oscuras, tanteando paredes buscando la salida salvadora.
Pero imagine los apretujones, lo empujones, cuerpos buscando de cualquier
manera la vía de escapada, los que seguramente caían ante la imposibilidad de
sostenerse en pie, pisoteados por los que sí mantenían la vertical, pero
cuántos de ellos tropezaban con esos cuerpos caídos y eran arrollados por los
que venían detrás.
Imposible imaginar. Hay que estar
en una situación semejante como para poder compararse con lo que allí ocurrió
aquella noche.
Horror. Sólo el horror. Pánico.
Miedo expresado de todas las maneras, angustia inenarrable.
194 muertes. Más de mil heridos
y, también, los que “nada” les pasó.
Todos en un rato, en un tiempo
incalculable, debieron soportar ese acaecer colosal en el dolor.
La prensa.
Comenzaron los medios amarillos
–y de los otros- a escribir, a decir, a “opinar” acerca de lo que allí había
pasado. Medios, que por esos días, elevevaron notoriamente sus ganancias.
Muchos periodistas apuntaron la
mira de sus armas ideológicas a través de la palabra, contra los jóvenes,
contra el Rock, el descontrol juvenil, la droga y un montón más de palabrerío
sin, en ningún momento, decir quiénes, verdaderamente, podrían ser los
responsables de semejante tragedia.
Como también estaban los que
hacían análisis sesudos opinando acerca de los funcionarios que no cumplen con
sus “obligaciones”, de la policía que hacía la vista gorda ante la entrada
desmedida de público al lugar, pero, en ningún momento, daban nombres y no se
hacían cargo de tener que denunciar como corresponde las verdades del horror.
Porque la Noticia, la Información, también debe ser una denuncia, cuando
corresponde que así sea, si los medios se jactan de que están para informar,
para decir lo que acontece en una sociedad.
Con este accionar, los medios, lo
que hacían, era distraer y desinformar acerca de la responsabilidad de las
autoridades de gobierno, que no ejercieron nunca el contralor correspondiente
ya que, de haberlo hecho, quizás, la tragedia no hubiese ocurrido.
Siempre es después.
Al poco tiempo del espanto,
salieron cantidades de inspectores municipales a recorrer todos los lugares en
los cuales se hacían recitales.
Se revisaban matafuegos y se
exigía que todo lugar donde ingresara público, debía estar equipado con la
cantidad necesaria, para casos de emergencia.
Se daban charlas en los
organismos oficiales acerca de cómo actuar en casos de incendio, cómo evacuar
al público si tenía acceso a esos lugares, como reunirse los empleados fuera
del establecimiento, como autoevacuarse, como, como, como...
Todos los lugares con acceso de
público, debieron modificar la apertura de sus puertas, cambiando el sentido de
la bisagra hacia “afuera”, contrario a lo que pasaba en República de Cromañón.
Ahora, en vez de “Tire para abrir”, dice: “Empuje”
194 muertos después, se comenzó
con la Seguridad para los vecinos de la Ciudad.
Pero si uno retrocede en la
memoria, puede recordar muchos otros horrores como éste y luego de
ellos, escuchar la misma cantinela, los mismos inspectores, las mismas nuevas normas de
seguridad, las mismas... las mismas mentiras de siempre.
© Helios Buira
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