viernes, 5 de abril de 2013

DE PERROS, PERRITOS Y LADRIDOS.

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Los que cuidan.

Son varios.

Accionan de guardianes.

La Negra, Pichi, Chusco, El manchita, Blanca, La Pepona, Huesito, Piyuga Tatín, Kamala y otros más.

Los veo a través de la ventana, como todo lo que veo que sucede afuera, en la calle, mientras sentado ante la PC, tecleo letras que forman palabras que componen párrafos, con el deseo de que digan algo completo una vez unidas las oraciones.

Van, vienen, se huelen, se miran,  se reconocen.

Cada vez que algo o alguien extraño ingresa en la zona que ellos vigilan, llega el aviso y todos, de inmediato, se posicionan en función de alerta. Uno de ellos es el que da la voz de listo. Entonces, todos a moverse, a ponerse inquietos, en un ir y venir como alterado.

Basta que uno lance el primer ladrido. Y el dicho: “Ladra uno y ladran todos” Batahola infernal, no paran, en una mezcla coral impresionante, con graves, agudos, continuidad; ladran, ladran, vuelven a ladrar sin detenimiento. Luego van cesando, de a uno, poco a poco, hasta que queda el último, que casi siempre es el más chico, el más inquieto, el del ladrido finito.

Esto puede darse a distintas horas del día. Y de la noche... cuando un gato, intenta atravesar la zona prohibida y luego de la corrida correspondiente, seguramente con el terror a cuestas, consigue dar un salto y trepar al primer árbol que se le pone en el camino zigzagueante de su despavorido escape. Y ese es el motivo del sideral escándalo de ladridos: el gato en el árbol y la jauría debajo, ladrando, ladrando, ladrando, ladrando sin fin, mientras los humanos damos saltos en las camas, interrogándonos aun dentro del sueño, qué es lo que está pasando afuera.

Pero también puedo observar, desde este “mirador” a La Negra, una perra de tamaño grande, que en épocas de celo, ha sido  inseminada por casi todos los perros del barrio y en alguna oportunidad, casi al mismo tiempo, uno tras otro. Pero... ¡Nunca ha quedado fertilizada! No sabemos, los vecinos, el por qué.

Entonces, La Negra, cuando otras perras tienen sus crías se acerca, y termina jugando con ellos, protegiéndolos, cuidándolos, como si fuesen su propia lechigada. Paciente como pocas veces he visto. Soporta todas las molestias que esos cachorros le propinan, echada, mirándolos con una ternura que es belleza.

Cuando una perra está en celo, la jauría de machos se inquieta, comienzan las escaramuzas, ladridos, gruñidos, mordiscones y hasta peleas en las cuales el más débil o pequeño, termina con un hueco en su pelambre y a esperar que cicatrice.

Cuando la perra es pequeña y la toman machos grandes, pobre perra. Cuando la perra es grande, pobres los machos pequeños, que andan a los saltos, detrás de la hembra, sin poder concretar el apareamiento. Saltan, saltan y a veces, hasta se me hace que la perra sonríe por lo bajo.

Son muchos, de todos los pelajes, de todos los tamaños y cada vez, se incrementa la perrería luego de las pariciones.

Pero tienen sus dueños, sus casas y cada uno, a ella se dirige cuando la necesidad de alimento o de agua.

Andan por la calle, descansan echados en la tierra, atentos, alertas.

Ellos son los que cuidan la cuadra.

Y yo los nombro. 

© Helios Buira


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