viernes, 12 de abril de 2013

DE MI TALLER. DEL DINERO QUE NO ALCANZA. Y ELLA.

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Capítulo 1

Ella era una. Pero no una, sino la Una. La Única y verdadera.
Compartíamos el taller.

Supe que estaba buscando un lugar para alquilar, entonces le ofrecí un espacio en el que yo arrendaba. Había lugar, eran dos ambientes grandes, bien grandes, un baño, la cocina y una pieza pequeña, que era donde yo dormía. Podíamos trabajar ambos sin molestarnos, ya que los ambientes estaban dispuestos en forma de L, eran un ángulo perfecto para que pudiésemos conservar algo parecido a una intimidad, sin vernos mientras cada uno hacía lo suyo, pero, seguramente, sabiéndonos en el territorio. Mi ofrecimiento, a la vez, tenía que ver con que el pago del alquiler me estaba costando; hacía tiempo que no tenía entradas de dinero y lo guardado, se estaba yendo rápidamente.
Me había dicho que lo pensaría, pero, primero quería ver cómo era, qué comodidades tendría ella para poder trabajar; eso era lo que en verdad buscaba.
Le di la dirección, que anotó en un papel y pensé “seguramente lo pierde y yo pierdo el contacto con ella”
Me la había presentado un amigo, mientras estábamos en un bar; ella lo vio –estaba en otra mesa- vino a saludarlo y se quedó en la nuestra. Mi pensamiento fue premonitorio, porque luego de ese encuentro mi amigo viajó a Europa y por ello, si ella perdía la dirección de mi taller, ya no habría otra posibilidad de verla. En esa charla del bar, fue que mencionó la búsqueda de un taller.

Pasaron quince días y una tarde, golpeó a la puerta. Al abrir y verla ahí, parada, sentí alegría. “Traje bizcochitos” dijo y agregó “para el mate”. Entró. Por el gesto, por sus ojos, por la sonrisa, supe que el lugar le agradaba.
Días antes, pensando en que podría alquilar el espacio, me esmeré en ordenar, limpiar y mantener todo como para que a su llegada, no viera el caos, el desorden que siempre me acompañó en todos los talleres por los que pasé.
Dijo “Qué hermoso lugar”, en voz baja, casi susurrando, para ella, para su propio adentro.
-Recorré, mirá todo –dije-, mientras preparo el mate.
Al verla allí, observando detenidamente mis esculturas, dibujos y seguramente mi manera de estar, la intimidad de mi taller, sentí un cosquilleo, un temblorcito en el cuerpo. Mientras ella giraba la cabeza hacia un lado, hacia otro, mis ojos se llenaban de su belleza. En el bar, fue todo muy rápido como para saberla de la manera en que se daba mientras ella caminaba, se detenía, volvía a caminar, a girar, tratando de abarcar todo el lugar,  seguramente, para decidirse o no, a alquilar la otra parte que yo había dejado vacía, como para que se diese cuenta de la cantidad de espacio que podría utilizar.
Entró a la cocina, donde yo había puesto la pava sobre el fuego y preparaba el mate. “Cuánto me cobrarías por el alquiler” dijo. Le respondí que si estaba de acuerdo, la mitad de lo que yo pagaba y compartiríamos los gastos de luz y esas cosas. El taller sería de ambos. Abrió los ojos, sonrió y dijo “¿tan así? ¿Tan simple?” “Sí”, dije. “Es lo que corresponde” “Me encanta, quiero venirme ya”, dijo. “Bueno, cuando quieras” respondí.
Nos sentamos a la mesa, abrió el paquete de bizcochitos, mate de por medio y comenzamos una conversación de conocimiento mutuo, de acercamiento, ya que pronto tendríamos que compartir los espacios.
Casi al unísono, comenzamos a reírnos y ella dijo: “¡No nos dijimos nuestros nombres!”
“¿Y en el bar?” dije  “No recuerdo” respondió
Era así. Recién ahí nos presentamos.
-Soy Mariana.
-Soy Helios. Bienllegada a este lugar.
-Gracias –dijo- siento que este taller me estaba esperando.
-Una parte es tuya –agregué.
Así estuvimos hablando hasta bien entrada la noche. Se despidió diciendo que la próxima semana traería sus cosas y se instalaría. Usaría el lugar sólo para trabajar, pues vivía con su pareja
Tendí mi mano para saludarla y ella me dijo: -vamos a ser amigos. Y me dio un beso en la mejilla.

© Helios Buira

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