jueves, 4 de abril de 2013

TRAGEDIAS. HORRORES. Y DESPUÉS

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Argentina está de duelo.
Las lluvias en Capital Federal y en La Plata, provocaron muertes. Muchas muertes.
Inmenso dolor.
Y las pérdidas de casas, autos, muebles, y tanto que se puede mencionar, arrastrado por el agua. La pérdida de los recuerdos tangibles.
Luego, las autoridades tratando de explicar lo inexplicable, escamoteando verdades y la hipocresía.
Hace algunos años, cuando la Tragedia de Cromañón, escribí un texto tratando de comprender ese otro horror, con el título de Siempre es Después.
Aquí va.

Siempre es después

Pasaron algunos años.

Fue exactamente, un 30 de diciembre.

Aquella noche guitarras, bajos, batería, pulsaban en la contundencia sonora que necesitan las bandas de Rock para expresar su decir. Los participantes-oyentes en festejo frenético, como es hábito en este tipo de encuentros, coreaban las canciones, saltaban, gritaban dentro de la alegría que se genera en esa química tan única entre las bandas musicales y los jóvenes.
Eran miles.
Quiero imaginar esos momentos, cierro los ojos y tal vez, pueda tener un acercamiento a través de las imágenes que pueden verse en noticieros o en las transmisiones dedicadas a esa disciplina artística que desde hace ya tantos años moviliza a millones de personas en aras de escuchar a sus preferidos, a quienes les dejan el mensaje del mundo en el cual vivimos. Casi siempre, la mayor de las veces, un mensaje rebelde, un mensaje de no-aceptación de los fundamentos de un sistema perverso y decadente que, por obra de la Gran Mediocridad, domina en el planeta.
Y el griterío, la algarabía, el frenesí mezclado con los acordes sonoros que la banda emite desde el escenario a través de potentes equipos de audio y en una cantidad de decibeles difíciles de soportar por quien no está habituado a esos acontecimientos, a esos encuentros. Celebración. Esta es la palabra con que me viene identificar esos rituales tan intensos y se me hace, tan ancestrales, más allá de las diferencias formales.
Aquellas reuniones tribales, en las que algún iniciado ofrecía a través de cantos la oración que se expandiera por la Naturaleza Toda y así, recibir los beneficios que ella ofrece a los seres vivos. Y ese canto, esa invocación, era coreada por el grupo para que tuviese más fuerza, mayor intensidad y así propagarse por el Universo.
Qué son, si no, esos gritos de los jóvenes, clamando por un mundo mejor, por un mundo más justo y prueba de ello es cuando se dan las mega-reuniones en las cuales se presentan varios grupos, ante miles y miles de oyentes-espectadores. Por la paz, contra el hambre. Siempre, solidarios
Y aquella noche, no era diferente.
Estaban ahí, en circunstancia, los mismos que podrían haber estado años antes, o en el momento en el que un grupo comenzara con sus acordes sonoros, para que el Encuentro se diera de inmediato.
Miles. Muchos miles. Tal vez, más de lo posible.
En un espacio cerrado, al cual ingresaban a través de una puerta que era controlada por quienes trabajan de receptores del ticket que garantiza que se abonó la entrada para poder disfrutar de lo allí programado.
Adentro a la sazón, las pancartas, las banderas, “los trapos” que identifican a los grupos, a las bandas, a las tribus que conforman ese acontecer en aparente delirio para una noche memorable, una noche que se guardará luego para siempre, como recuerdo de alegrías, de un estar en el lugar que les corresponde ante sus necesidades de gritar y de clamar por aquello que aún no tienen. Claro, se les dice adolescentes.
Y se agitan los trapos, las pancartas, los carteles identificatorios de barrios, de zonas, de identidades. Se agitaban los cuerpos, en el salto ritual de la Ceremonia. Y se encendieron las bengalas del festejo. Las bengalas.

Entonces el horror.

Inesperado. Imposible. Impensable. Jamás considerado entre los jóvenes.
Esas bengalas dieron en una mediasombra, (tela usada a modo de decoración) adherida a su vez, a planchas de poliuretano, de alto poder inflamable y esto fue el inicio de una de las tragedias que más golpearon a la sociedad, por las características y por todo lo que de ningún modo se hizo para que esto no hubiese ocurrido.
Esa noche, se duplicó la capacidad posible de ingresantes. A la vez, para que no pudiesen ingresar sin abonar la entrada, se le puso candado a una puerta lateral que hubiese servido como vía de escape.
Imagine el lector, a miles de jóvenes intentando escapar de un incendio declarado, a la vez que sin luz, dado que el lugar quedó a oscuras, tanteando paredes buscando la salida salvadora. Pero imagine los apretujones, lo empujones, cuerpos buscando de cualquier manera la vía de escapada, los que seguramente caían ante la imposibilidad de sostenerse en pie, pisoteados por los que sí mantenían la vertical, pero cuántos de ellos tropezaban con esos cuerpos caídos y eran arrollados por los que venían detrás.
Imposible imaginar. Hay que estar en una situación semejante como para poder compararse con lo que allí ocurrió aquella noche.
Horror. Sólo el horror. Pánico. Miedo expresado de todas las maneras, angustia inenarrable.
194 muertes. Más de mil heridos y, también, los que “nada” les pasó.
Todos en un rato, en un tiempo incalculable, debieron soportar ese acaecer colosal en el dolor.

La prensa.

Comenzaron los medios amarillos –y de los otros- a escribir, a decir, a “opinar” acerca de lo que allí había pasado. Medios, que por esos días, elevevaron notoriamente sus ganancias.
Muchos periodistas apuntaron la mira de sus armas ideológicas a través de la palabra, contra los jóvenes, contra el Rock, el descontrol juvenil, la droga y un montón más de palabrerío sin, en ningún momento, decir quiénes, verdaderamente, podrían ser los responsables de semejante tragedia.
Como también estaban los que hacían análisis sesudos opinando acerca de los funcionarios que no cumplen con sus “obligaciones”, de la policía que hacía la vista gorda ante la entrada desmedida de público al lugar, pero, en ningún momento, daban nombres y no se hacían cargo de tener que denunciar como corresponde las verdades del horror. Porque la Noticia, la Información, también debe ser una denuncia, cuando corresponde que así sea, si los medios se jactan de que están para informar, para decir lo que acontece en una sociedad.
Con este accionar, los medios, lo que hacían, era distraer y desinformar acerca de la responsabilidad de las autoridades de gobierno, que no ejercieron nunca el contralor correspondiente ya que, de haberlo hecho, quizás, la tragedia no hubiese ocurrido.
Siempre es después.
Al poco tiempo del espanto, salieron cantidades de inspectores municipales a recorrer todos los lugares en los cuales se hacían recitales.
Se revisaban matafuegos y se exigía que todo lugar donde ingresara público, debía estar equipado con la cantidad necesaria, para casos de emergencia.
Se daban charlas en los organismos oficiales acerca de cómo actuar en casos de incendio, cómo evacuar al público si tenía acceso a esos lugares, como reunirse los empleados fuera del establecimiento, como autoevacuarse, como, como, como...
Todos los lugares con acceso de público, debieron modificar la apertura de sus puertas, cambiando el sentido de la bisagra hacia “afuera”, contrario a lo que pasaba en República de Cromañón. Ahora, en vez de “Tire para abrir”, dice: “Empuje”

194 muertos después, se comenzó con la Seguridad para los vecinos de la Ciudad.
Pero si uno retrocede en la memoria, puede recordar muchos otros horrores como éste y luego de ellos, escuchar la misma cantinela, los mismos inspectores, las mismas nuevas normas de seguridad, las mismas... las mismas mentiras de siempre.

© Helios Buira

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